La anécdota es conocida. En un acto del colegio de abogados de Barcelona
en la festividad de st. Ramon de Penyafort, que yo creía que era un mes
antes, al referirse Roger Torrent a los presos políticos, algunos
magistrados, abogados y cargos abandonaron ostentosamente la sala. El
ministro de Justicia, Catalá, que presidía, permaneció en su sillón pero
recriminó luego en privado a Torrent por lo extemporáneo de su
referencia y la decana del Ilustre colegio lo reprendió como si fuera un
niño, razón por la que algunos piden su dimisión.
Este lamentable episodio suscita dos consideraciones, una general y otra
específica.La general es obvia: ¿qué se esperaban los/as ofendidas/os, tanto quienes se ausentaron como quienes permanecieron? Esta no es más que la primera muestra de la larga serie de desencuentros, conflictos, choques en que va a moverse la política catalana en un futuro
previsible mientras siga en vigor el 155 y después de él aunque quizá menos bruscos. Obligar a que una sociedad desarrollada viva en un marco jurídico y político contrario a la voluntad de su mayoría parlamentaria absoluta y relativa social es algo absurdo.Empeñarse en que, además, no haya fricciones, conflictos es sencillamente quimérico, porque no podrán evitarse y cada vez desgastarán más la convivencia. Las manillas de los relojes
catalán y español giran en sentidos contrario. Fuente
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