Los políticos españoles son de vergüenza ajena.
Unos, los conservadores,
porque son una pandilla de corruptos, orgullosos de serlo porque se
consideran impunes. Otros, los de extrema derecha, porque pretenden
acabar con la pluralidad nacional que conforma España desde la unión
dinástica con un nacional-populismo neofalangista. Y todavía hay otros,
los socialistas, que han perdido de tal modo su identidad ideológica que
para conseguir que les escuchen, en vez de esparcir la idea de
fraternidad propia del socialismo se apuntan a dar grandes voces con
consignas nacionalistas. De los populistas de izquierda —o sea, Podemos—
no vale la pena ni hablar, porque son como el nicaragüense Daniel
Ortega: les gusta vivir como burgueses mientras sermonean al personal o
organizan consultas trampa pera seguir al frente del mamoneo. Sólo les
falta declararse católicos. O partidarios del esoterismo. ¡Qué panorama!
En España ya nadie recuerda que la política es análisis y acción. Y,
por encima de todo, un método para lograr el cambio sin violencia...
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